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domingo, septiembre 28, 2008

MARÍA SOLIÑA


María Soliño (o Soliña) nació en el municipio gallego de Cangas do Morrazo hacia el año 1551, en el seno de una familia acomodada de la zona. Su nombre ha quedado desde entonces ligado a la brujería y a las artes oscuras, considerándosela una “meiga” y una loca. Pero detrás de este San Benito se esconde una historia cruel y de sufrimiento.

Casada con Pedro Barba, un pescador del pueblo, poseía varias propiedades y derechos sobre las iglesias de la zona (sobre la Colegiata de Cangas y sobre la Iglesia de San Cibrán). Se cree que estos bienes le venían de parte de su marido.
El “derecho de presentación” consistía en la participación de ciertas personas laicas en algunas iglesias; generalmente eran los hijos del fundador de la misma, y gracias a este derecho podían participar de los beneficios del templo y tenían la potestad de elegir al titular de la misma.

Aconteció que en el año 1617 un ataque de piratas turcos o berberiscos (no está claro) destruyó el pueblo, asesinando a casi cuarenta personas y secuestrando a unas ochenta (práctica habitual en la época). Lo verdaderamente letal para el municipio fue la destrucción de casi todas las casas del mismo y de los bártulos de pesca, la principal actividad del pueblo. María Soliño, que había perdido a su marido y a sus hijos en la razzia turco-berberisca, se sumió en una profunda depresión; se cuenta que desde la tragedia, María salía sola por las noches a contemplar la mar.

Viendo el gris panorama que dejaba el pueblo de Cangas, los nobles de la zona enviaron cartas al rey para que condonara los impuestos de la villa y poder así dedicar ese dinero a la recuperación del mismo. El tiempo pasaba, y los nobles de la zona maquinaron una estrategia que les permitiera ingresar todo lo que ya no podían a causa de la gran mortandad y de la devastación económica que sufría Cangas; en este plan jugaba un papel importante el Tribunal del Santo Oficio.

Hay que tener en cuenta que cuando la Inquisición condenaba a alguien, las posesiones de éste pasaban a manos de la Iglesia. Los nobles de la zona, en connivencia con el Santo Oficio (muchos de los miembros de esta institución compartían intereses con la nobleza o incluso pertenecían a ella) maquinaron un plan que consistía en lanzar una serie de acusaciones de brujería sobre algunas de las mujeres del lugar. Estas mujeres, en su mayoría, eran las viudas de los muertos en el ataque pirata y, por lo tanto, las administradoras de los bienes de sus difuntos maridos. También constan algunas acusaciones sobre otras mujeres más pobres, con el objetivo de no levantar sospecha. Nueve mujeres fueron juzgadas de brujería el año 1620 en Cangas do Morrazo, entre ellas María Soliño.

Tras reunir una serie de pruebas en su contra (los largos paseos por las noches de Cangas), muchas de ellas inventadas, fue encerrada en la prisión del Santo Oficio, en 1621. Allí fue torturada sin piedad, pidiendo benevolencia a sus verdugos mientras afirmaba su devoción por Jesucristo, hasta que confesó que ejercía la brujería desde hacía más de 20 años, además de otros crímenes; otra condenada, Catalina de la Iglesia, acabó confesando (bajo tortura) el incluso haber asesinado a cinco criaturas, entre otras.

Hay que tener en cuenta la avanzada edad de la acusada María Soliño durante el proceso (unos 69 años) que posiblemente fue letal. Tras ser todas condenadas por brujería y obligadas a llevar el hábito de penitencia durante 6 meses, perdemos el rastro de María Soliño. Es posible que a su edad no resistiera las torturas ejercidas en las celdas de la Inquisición y muriera poco después del fallo del tribunal.

Pero el objetivo estaba cumplido, y los nobles y el Santo Oficio se repartieron el suculento botín que suponían las propiedades y derechos de María Soliño y el resto de condenadas. Cangas do Morrazo tuvo que capear con la piratería durante cinco años, tanto por parte de manos turcas como por parte de manos en principio aliadas como la nobleza.

Aunque esta historia se nos desplaza más de un siglo del fin (oficialmente establecido por la Academia) de la Edad Media, es interesante comprobar como todavía en el siglo XVII, supuestamente en plena Edad Moderna, las prácticas obscurantistas medievales todavía seguían vigentes en los estamentos altos de la sociedad.

María Soliño, aún siendo más conocida como “meiga” a causa de la deformación histórica, sigue estando viva en la memoria colectiva como el símbolo de un pueblo que hubo de sufrir los abusos de los poderosos y los violentos. Incluso se han conservado poemas y cántigas que rememoran aquella tragedia, como la que cuenta:

Polos camiños de Cangas/ a voz do vento xemía:/ ai, que soliña quedaches, María Soliña./ Nos areales de Cangas,/ muros de noite se erguían:/ ai, que soliña quedaches, / María Soliña./ As ondas do mar de Cangas/ acedos ecos traguían:/ ai, que soliña quedaches,/ María Soliña./ As gaivotas sobre Cangas/ soños de medo tecían:/ ai, que soliña quedaches,/ María Soliña./ Baixo os tellados de Cangas/ anda un terror de auga fría:/ ai, que soliña quedaches,/ María Soliña.