Protagonista de uno de los hechos más crueles y despiadados de la historia medieval, la cruzada albigense, Simón de Montfort se ganó un puesto entre aquellos que fueron odiados (por unos) y aclamados (por otros) al mismo tiempo. Odiado y temido en el Lenguadoc, donde se desarrollaría con más intensidad la herejía cátara, y a la vez aclamado en el norte francés (antes de todo comentar que Occitania, foco del catarismo, en el actual sur de Francia, no estaba bajo dominio directo del rei de Francia, enclaustrado en París y sus alrededores –Ille de France-, sino que los señores occitanos actuaban como vasallos del rei francés, igualmente que lo hacían con el rei de Aragón).
Nacido en 1165 en Normandía, su vida también estuvo ligada al reino inglés. Además de poseer su señorío de Montfort, hereda el condado de Leicester en Inglaterra por vía materna (aunque más tarde será desposeido por el rei inglés). Anteriormente al 1209 ya viajó a luchar en Tierra Santa como cruzado, demostrando gran valía y capacidad de mando.
Sus contemporáneos nos lo describen como afable, buen caballero, generoso, audaz y temeroso de Dios (Pierre des Vaux-de-Cernay, historiador). Aunque como más adelante veremos, su actuación como jefe militar de la cruzada albigense nos hace dudar de tales adjetivos. Guillermo de Tudela, autor de una crónica sobre la cruzada, y su continuador, nos lo describen como un "cruel y sanguinario fanático a las órdenes de Roma".
En el ámbito militar, era conocida su valía y su entrega, así como su sentido del compañerismo (durante el asedio a Castelhar -1209-, cerca de Carcasona, se jugó la vida saltando al foso para salvar la vida a un soldado herido). Siempre contó con un séquito de caballeros franceses leales, con los cuales siempre celebraba consejos donde se discutía la forma de actuar. Aunque durante algunas fases de la cruzada solo pudo contar con ellos, su inferioridad numérica no supuso un impedimento para inducir el terror entre sus enemigos.
Hombre religioso, nunca entraba en la batalla sin antes haber asistido a los oficios religiosos. Sus contemporáneos hablan de su infinita piedad, cosa que no se demostrará en el transcurso de la cruzada. Era un hombre que no toleraba la deslealtad, la cual castigaba duramente (durante la cruzada, muchos señores occitanos que iban y venían de bando fueron ejecutados).
Simón de Montfort es nombrado líder militar de la cruzada después de la carnicería de Bèsiers y el asedio de Carcasona (1209). Es una vez llegado a este segundo asedio cuando el legado papal Arnau Almaric (antiguo abad de Poblet –Tarragona- y abad de Citeaux. Algunas crónicas dicen que era de origen catalan: “qui oriundus fuerat de Cathalonia” – Crónica latina de los reyes de Castilla, 1236) decide buscar un señor al cual encomendar las tierras del Lenguadoc desposeidas al conde de Tolosa, Ramon VI. Tras varias negativas de diversos condes y altos barones franceses, es el normando Simón de Montfort quien recibe tal cargo. A partir de este momento, la política del nuevo líder cruzado será ajena a los verdaderos intereses de la Iglesia, que quería utilizarle para llevar a cabo sus fines, y dejará de lado el aspecto religioso de la guerra para convertirla en una conquista favorecedora de sus intereses personales.
Nacido en 1165 en Normandía, su vida también estuvo ligada al reino inglés. Además de poseer su señorío de Montfort, hereda el condado de Leicester en Inglaterra por vía materna (aunque más tarde será desposeido por el rei inglés). Anteriormente al 1209 ya viajó a luchar en Tierra Santa como cruzado, demostrando gran valía y capacidad de mando.
Sus contemporáneos nos lo describen como afable, buen caballero, generoso, audaz y temeroso de Dios (Pierre des Vaux-de-Cernay, historiador). Aunque como más adelante veremos, su actuación como jefe militar de la cruzada albigense nos hace dudar de tales adjetivos. Guillermo de Tudela, autor de una crónica sobre la cruzada, y su continuador, nos lo describen como un "cruel y sanguinario fanático a las órdenes de Roma".
En el ámbito militar, era conocida su valía y su entrega, así como su sentido del compañerismo (durante el asedio a Castelhar -1209-, cerca de Carcasona, se jugó la vida saltando al foso para salvar la vida a un soldado herido). Siempre contó con un séquito de caballeros franceses leales, con los cuales siempre celebraba consejos donde se discutía la forma de actuar. Aunque durante algunas fases de la cruzada solo pudo contar con ellos, su inferioridad numérica no supuso un impedimento para inducir el terror entre sus enemigos.
Hombre religioso, nunca entraba en la batalla sin antes haber asistido a los oficios religiosos. Sus contemporáneos hablan de su infinita piedad, cosa que no se demostrará en el transcurso de la cruzada. Era un hombre que no toleraba la deslealtad, la cual castigaba duramente (durante la cruzada, muchos señores occitanos que iban y venían de bando fueron ejecutados).
Simón de Montfort es nombrado líder militar de la cruzada después de la carnicería de Bèsiers y el asedio de Carcasona (1209). Es una vez llegado a este segundo asedio cuando el legado papal Arnau Almaric (antiguo abad de Poblet –Tarragona- y abad de Citeaux. Algunas crónicas dicen que era de origen catalan: “qui oriundus fuerat de Cathalonia” – Crónica latina de los reyes de Castilla, 1236) decide buscar un señor al cual encomendar las tierras del Lenguadoc desposeidas al conde de Tolosa, Ramon VI. Tras varias negativas de diversos condes y altos barones franceses, es el normando Simón de Montfort quien recibe tal cargo. A partir de este momento, la política del nuevo líder cruzado será ajena a los verdaderos intereses de la Iglesia, que quería utilizarle para llevar a cabo sus fines, y dejará de lado el aspecto religioso de la guerra para convertirla en una conquista favorecedora de sus intereses personales.
Su crueldad durante la cruzada no tendrá límite: además de querer imponer a los occitanos las costumbres francesas mediante los estatutos de Pàmias (1212), humillando a los lenguadocianos, masacraba, castigaba duramente los no leales, quemaba cosechas, practicaba el pillaje, incendiaba… esa táctica de guerra, tan antigua como el mundo, fue aplicada por Simón de Montfort, una crueldad calculada. Algunos cronistas han querido excusarle aduciendo que era necesario para imponerse en las nuevas tierras, arrebatadas a sus señores legítimos. Claro que no es lo mismo torturar y mutilar a cinco hombres que no a cien; este hombre tenía que ser por fuerza cruel y despiadado.
Sus súbditos occitanos del condado de Tolosa nunca lo reconocieron como su señor, cosa que provocaba una situación irónica: el propio conde tenía que destruir sus dominios para imponerse como señor. Fue a partir de este hecho como llegó el fin de nuestro personaje: durante un asedio a Tolosa.
En el 1217 Simón de Montfort ha de volver apresuradamente a Tolosa porque le anuncian que Ramon VI y su joven hijo, Ramon VII (desposeídos por la Iglesia y exiliados a Tierra Santa) han entrado en la ciudad y se disponen a emprender una guerra de resistencia casi nacional. Tolosa aguanta bien el envite (con las murallas derruidas y unas defensas improvisadas, pero recibiendo ayuda por el río Ródano de otras ciudades occitanas como Aviñón o Montpeller, y de aragoneses y catalanes), y en un contraataque de los tolosanos al campamento cruzado se produce la muerte de Simón de Montfort: mientras acudía, en medio ataque, a socorrer a su hermano herido de flecha, Guy de Montfort, una gran piedra lanzada desde una catapulta del interior de la ciudad (cuentas las crónicas que utilizadas por mujeres y niños) le aplasta la cabeza. Este hecho sumió a los cruzados franceses en una gran tristeza que los desmoralizó, provocando que el hijo de Simón, Aumary de Montfort (nombrado sucersor de su padre deprisa y corriendo) levantara el asedio.
Desde el mismo instante en que se supo de la muerte del malvado Montfort, trompetas y campanas sonaron en Tolosa y en todas las ciudades occitanas, a los cuales se juntaban los vítores y las alabanzas a los condes legítimos, Ramon VI y su hijo.
Tras la muerte de su padre, Aumary no supo llevar con la misma mano dura aquella cruzada que tenía tintes de tragedia para los cruzados. Tras algun tiempo de titubeos, acabó vendiendo los derechos de conquista y cruzada al rei francés Luís VIII, que la llevará a cabo hasta su muerte el 1226, cuando su viuda Blanca de Castilla la llevará hasta sus últimas consecuencias el 1229, tras 20 años de una sangrienta guerra. Aunque la resistencia occitana continuará luchando por la independencia hasta mitad de siglo, con la caída de Queribús en el 1255.
-Nota: el enlace sobre la cruzada albigense está incluido para que el lector se haga una mínima idea de lo que aconteció durante aquellos años. Para más información, consultar la inmensa bibliografía que existe sobre el tema.